miércoles, 23 de diciembre de 2015

LA OTRA ORILLA





Tenías razón: existen lugares donde los mayores sonríen y juegan felices los niños. Desde este sitio puedo verlos a todos: unos pasean despacio, otros caminan deprisa, cada cual a su ritmo. Veo padres y madres cuidando a sus hijos, y chavales jugando al balón o comiendo un bocadillo. Y cuando cae la tarde y llega el frío todos regresan tranquilos, sabiendo que sus mochilas sólo guardan ropas o libros. 

Recuerdo que me lo contabas cuando era chiquito. Echado a mi lado susurrabas que muchos, antes que nosotros, ya lo habían conseguido, que vencieron al mar que ahogaba sus sueños, que encontraron trabajo y compraban comida y vestido. Con sólo pensarlo te emocionabas, y ofreciste cambiar nuestro destino.

A fuego lento grabamos tus palabras, y mi corazón las alentaba con cada latido. Te preguntaba de noche qué significaban, y tú respondías siempre lo mismo: “Busco lo mejor para todos”. Después besabas mi frente, y yo me quedaba dormido.

Nunca olvidaré el día en que marchamos. Cuando hablaban los soldados salimos sin ser vistos. Las ruinas y la noche nos ocultaron, y al amanecer alcanzamos aquel grupo de amigos. Sin apenas descanso, de nuevo el camino y el pesado recuerdo de cuchillos y fusiles, de cuerpos muertos o heridos.

Dormía sobre tus hombros cuando alcanzamos el objetivo. Me despertaste, y un inmenso azul intenso inundó mis ojos de niño. Salté de tus brazos, corrí hacia él, y bañé en sus aguas mi cuerpo dolorido. Y mecido al vaivén de las olas recordé tus palabras: detrás el dolor, enfrente el destino.

De nuevo tu voz que me llama: “Ya embarcamos, ven conmigo”. Me acerqué y me secaste. Yo no hacía más que hablar, tú mirabas complacido. Y entre aquellas olas mágicas y tus besos de cariño, un polo rojo, un vaquero azul y unas zapatillas me dieron abrigo. “Estás muy guapo”, dijiste. “En la otra orilla serás como los demás niños”.

A medianoche se oyeron los crujidos. Caímos muchos al agua, y mis manos soltaron las tuyas entre llantos, miedo, golpes y alaridos. Esta vez fueron las olas las que jugaron conmigo, y te oí gritar mi nombre mientras el mar me acunaba hasta quedarme dormido.  


SHUKRAN YAZILAN, BABA. Muchas gracias, papá: por darme esperanza, por poder conocer la orilla donde sonríen los mayores y juegan felices los niños.


A Abdullah Kurdi, padre de Aylan. A los millones de refugiados que en el mundo son y han sido. Por que no se arrepientan de haber soñado, pues tuvo sentido. Y, si la han perdido, por que recuperen la esperanza que un día transmitieron a sus seres queridos; que ella les sostenga cada vez que se sientan rendidos. Y por que no les olvidemos nunca, pues su dolor y nuestra desidia nacen del olvido

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